Una década ha bastado para que una generación de músicos ponga la música colombiana patas arriba. Los cobijan una etiqueta (“nuevas músicas colombianas”), el paisaje urbano de una ciudad (Bogotá) y las ganas de mirar al mundo y salir de las propias fronteras.
Angélica María Cuevas
Diario El Expertador
Hace 10 años, en una gran casona del barrio Teusaquillo, Santiago Mejía (mi hermano) y yo, decidimos fundar una orquesta, que bautizamos La-33, pues la casona donde nació la banda está en la calle 33.
Empezamos a tocar en bares muy importantes dentro de la escena bogotana, como Quiebracanto, Casa Buenavista y Cabaret son: ahí desarrollamos un repertorio original con algunos covers de salsa. Al cabo de más o menos cuatro años de trabajo, después de las negativas de varias disqueras que decían que la salsa estaba mandada a recoger, lanzamos nuestro primer disco, con ahorros de los conciertos realizados sobre todo en el propio Quiebracanto, donde tocamos sin parar casi dos años.
Al salir el disco La pantera mambo (versión en salsa del tema de La pantera rosa) empezó a recorrer, a través de internet, la escena underground mundial, por lo que nuestra música 33 empezó a aparecer en los primeros lugares de listados de Dj especializados de todo el planeta. Esto hizo que muchos festivales europeos se interesaran en la banda y, gracias a la gran gestión de Consuelo Arbeláez, la banda empezó a girar por distintas ciudades europeas. Se generó un movimiento internacional muy interesante, en el cual ya se llevan ocho giras europeas, tres por Estados Unidos, además de otros países como México, Emiratos Árabes, India y Japón. Hemos recorrido muchos lugares del mundo como embajadores de Colombia.
“La pantera mambo” ha sido el ejemplo más notorio: hacer una lectura salsera del clásico de Henry Mancini no sólo fue romper otra vez los límites, sino trazar un camino. La tendencia de esta generación ha sido esa, precisamente: desconocer las fronteras inventándose un hit, no exactamente un éxito radial, pero sí una pieza honda, de trazar huella. ChocQuibTown definió una región cruzando hip-hop con los sonidos tradicionales de la marimba de chonta. La Mojarra Eléctrica puso “Plinio Guzmán” (la composición de Lucho Bermúdez) a convivir con la distorsión de la guitarra y, también, con el piano del Pacífico (¿lo habría imaginado el maestro?). El Trío Colombita logró que “Curura”, una cumbia, sonara a los Andes (la interpretaron con tiple, bandola y guitarra). Puerto Candelaria hizo que el chucu-chucu fuera sinfónico y expansivo y parodia solemne (“Vuelta canela”).
Los abuelos noventeros
Una década, apenas una década. Poco más, poco menos que eso. Y todo cambió. Y de modos que tal vez nadie esperó muy bien. La música colombiana —que ya había sido reinventada desde Lucho Bermúdez— no volvía a ser la misma. Bastó también una etiqueta: nuevas músicas colombianas. Y que un grupo de músicos jóvenes irrespetara los límites y asumiera las músicas tradicionales de otras maneras. Y que los géneros no importaran.
Los antecedentes están contenidos en unos pocos nombres —Iván Benavides, Richard Blair, Antonio Arnedo—, en un disco/herejía que después sería un clásico —‘La tierra del olvido’, de Carlos Vives— y en unas cuantas bandas Sidestepper, Aterciopelados, La Provincia—.En un país que todavía está por descubrirse. Alrededor de eso, algunos otros nombres: La 33, Meridian Brothers, La Mojarra Eléctrica, ChocQuibTown, La Revuelta. Y Bogotá como telón de fondo.
La música es también sus lugares. Y uno de esos lugares es Matik Matik, un pequeño bar (carrera 11 # 67-20) en algo parecido al corazón de Chapinero. Fundado hace casi tres años, el lugar es un emblema para la música independiente en Bogotá. La clave es un notable equilibrio: criterios de selección rigurosos pero nunca excluyentes. Más al norte, y aunque con una programación que propone más baile, El Anónimo es otro de los lugares fundamentales de la escena.
Sellos independientes y autoproducción
La masificación de los medios y las tecnologías hizo posible que todo el mundo pudiera grabar. Esa democracia permitió que se grabara mucha mala música, pero abrió campo para la imaginación de muchos otros músicos. Con el antecedente de MTM, uno de los mejores testimonios de ello es La Distritofónica, un colectivo que ha encontrado en la autoproducción una manera de construir una estética. Desde luego, los márgenes son amplios: no hay espacio para los purismos, ni para los géneros en su sentido más limitado. Diomedes Díaz y Karlheinz Stockhausen pueden encontrarse en una canción. El catálogo de Polen Records, otro sello independiente, muestra precisamente eso: una preocupación por darle valor a aquello que las grandes disqueras menosprecian. Más decantada hacia la idea de fusión, la iniciativa que dirigen Felipe Álvarez y Julián Salazar ha acogido las propuestas de Bomba Estéreo, ChocQuibTown y Bajo Tierra, entre otras.
Colombia cabe en el mundo
Producto de la gran red virtual las bandas capitalinas se han podido proyectar más allá de los límites nacionales. La 33 ya completa 8 giras fuera del país, y si hablamos de las bandas más jóvenes Profetas tiene en su lista 40 shows realizados en el viejo continente, Frente cumbiero se prepara para una gira de en Europa, Estados Unidos y Centroamérica, De Juepuchas y Monareta asistieron a uno de los festivales independientes más importantes del mundo, el South by Southwest en Estados Unidos, y The Hall Effect fue nominada en 2007 en los premios MTV como mejor banda independiente, siendo el único grupo latino nominada que canta en inglés.
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