Así debió verse desde arriba aquel pedazo de tierra: como una mancha negra, viva, humana, segura, compacta, feliz de ser mancha nuevamente, de ser parte y todo a la vez, de haber salido de su casa y haberse deslizado por las calles como gota de petróleo por conducto hasta llegar a las canchas del club del norte y hacerse mar negro junto a las otras, feliz de confundir al cielo bruno de aquel sábado, quien creyó que la cancha de micro fútbol era un gran espejo.
Era la mancha del Metal. Era la gigantesca huella del Brutality Legión Fest ΙΙΙ, uno de los conciertos anuales más esperados por el publico metalero de Neiva, que tuvo lugar el pasado 17 de mayo en el club del norte. Pero antes de sumergirnos en este universo de sonidos, creación, brutalidad, danza, muerte, perversión, ritos y maldad sublimada, empezaré por decir que en esta entrega, el protagonista de la historia será la escena brutal. Bandas y público: la mancha del metal. Lo he llamado de esta manera porque así se me ocurrió, pero en aras de la claridad y la comprensión del lector no metalero, aclaro que a este público se le conoce simplemente como metachos, metaleros o brutales, estos, en el caso de quienes prefieren escuchar los géneros más pesados del metal.
Empezaré por decir que el metal es una gran familia. El heavy metal, uno de los primeros de la estirpe. Este, a su vez, es uno de los hijos del rock and roll y asesino del mismo; en compañía de sus hermanos, poco a poco fueron consumando el acto parricida, pero como el que a hierro mata a hierro muere…
El parricidio, por seguir llamando de esta manera al acto creativo, siempre ha estado presente en el arte, pero en la música, sobre todo en el rock, los hechos hablan por sí solos: corría por los campos y praderas del sur de Estados Unidos, en los años 20, el country, una música de origen campesino que con violín, guitarra y banjo, le ponían sonido y color a sus historias: forajidos, mujeres, whisky, humor, muerte, asesinatos, enfermedades y personajes patéticos desfilaban en sus historias. Por otro lado, también en los años 20, pero un poco más urbano, el blues: depresión, explotación, racismo, pobreza, libertad, esperanza. Era el sonido del lamento, pero también de la emancipación negra. El tercer personaje: Elvis Presley, el rey.
Aunque la misma industria cultural de la época se encargó de diferenciar la música que era para blancos (country) y para negros (blues), Elvis no dejó quieto el dial de su radio. Lo paseó por las emisoras que programaban country y por las de blues. Así creció con la influencia de estos dos sonidos hasta que en el año 54, como regalo de cumpleaños para su madre, grabó un disco con dos temas: My happiness y that´s when your heartaches begin. Cogió un poco de esto, un poco de lo otro y sin rendirle pleitesía a ninguno de los dos, creó algo nuevo. Entonces nace el rock and roll. Este sonido frenético, alegre, divertido y hasta pesado, para la época, fue filtrándose por las gritas de las culturas de todo el mundo y recogiendo jóvenes en un viaje donde difícilmente había, aún hoy, marcha atrás.
Un día, el rock perdió su roll y bandas como los Beatles, Rolling Stones, Pink Floyd y posteriormente Black Sabbath, sentenciarían el fin del rock and roll y el comienzo de un nuevo ciclo. La era de los hijos del rock: ska, reggae, psicodelia, punk y muchos otros, entre ellos, el que nos atañe: El metal. El primero en abrir las puertas de este oscuro mundo, de una sola patada, con Ozzy Osbourne a la cabeza, fue el heavy metal. Desde un principio se caracterizó por la fuerza de su sonido: distorsiones cargadas, complejos solos, baterías ruidosas, incremento en las frecuencias bajas y letras que recreaban atmósferas siniestras, oscuras y fantasmagóricas.
Pero también el heavy metal dio a luz un sin número de hijos que con el paso de los años lo han ido desplazando. El acto parricida se consuma nuevamente (el que a hierro mata a hierro muere). Entre ellos encontramos, inicialmente, el black metal, seguido del death metal, brutal death, grind, slam e innumerables fusiones entre sí. Todos estos géneros podrían considerarse como el nuevo heavy metal, o sea, el nuevo metal pesado. Sin embargo, al consolidarse el heavy metal como género, sus hijos ya no podían llevar el mismo nombre; su sonido era mucho más fuerte y pesado que el de su padre. Habían nacido nuevos géneros mucho más “brutales”.
Esta evolución del metal comenzó a gestarse en Estados Unidos a mediados de los ochenta. Bandas como Death, Morbid Angel y Obituary fueron las pioneras en explorar un sonido más rápido, agresivo, técnico y sucio, en algunos casos, que caracterizó al death metal. En cuanto a las letras, abordaban temáticas relacionadas con la muerte, dolor, agresividad, tortura, demencia. Esta evolución se convirtió en el jeringazo de adrenalina que buena parte del público metalero pedía a gritos que le inyectaran: “El heavy metal ya no me hace”, “Lo respeto pero me aburre” “Los tiempos cambian y los cuentos de hadas del heavy se quedan cortos frente a la realidad que vivimos: maldad, sangre, violencia, perversión” “Es un proceso, como en el colegio, solo que sin profesor; uno decide cuando pasar al otro año. Algunos se quedan, pero lo bueno es que cada quien lo decide”, “Es como llegar a lo más extremo y rápido que hay en la música, en el metal, desde que el rock and roll empezó todo”. Estas voces, aunque pertenecen a personajes de la escena brutal Colombiana: Neiva, Bogotá, Armenia y Cartago, respectivamente, no son ajenas a otras que vivieron, y viven, el metal y su proceso de evolución, en todo el mundo.
En Neiva, a comienzos del año 2000, la primera semilla negra fue sembrada por la ya desaparecida banda Disoluto. La oscura y gigantesca mancha, qué aún nos espera en el club del norte para seguir su rastro por todo el Brutality Legión Fest ΙΙΙ, era en ese entonces un pequeño y desbordado charco. Fueron ellos los primeros, después de coquetear con el black metal, en incursionar en el death metal. “Yo iba a los toques, que en ese entonces se hacían en Casa teatro y donde se pudiera, y escuchaba las bandas de esa época: Drakma, Resistencia y Disoluto, que aunque era medio black, lo más pesado del momento, alcanzaba a gustarme. Después cambiaron de integrantes, los escuché y me pareció ya demasiado pesado pero… a la final me gusto; no se, lo que pensé en ese momento fue ¡jueputa que sonido tan brutal!”, comentó Milton Rivera, autodenominado fan de Disoluto.
Al desintegrarse este grupo ya había una escena del metal pesado, en proceso de crecimiento. Por medio de amigos y por Internet, se fueron tejiendo redes a nivel nacional entre las bandas locales, que ya empezaban a consolidar su sonido, con las de otras ciudades del país. “Uno como músico admira otras bandas y uno trata de establecer contacto con ellas, así fue como llegamos acá a Neiva, por medio de Camilo, vocal de Sourpuz, que es un man muy áspero, muy buen amigo de nosotros”, comentó Camilo, bajista de la agrupación bogotana Generation 666.
Después de ocho años de conciertos, nacimiento de bandas, desintegración de otras, viajes, contactos y mucho estudio (Escuchar música. Entenderla), el Brutality Legión Fest ΙΙΙ es prueba del crecimiento de la escena brutal en Neiva y Colombia. A este asistieron alrededor de 200 personas que se tomaron las canchas del Club del Norte y las inundaron de euforia, gritos, baile, humo (cigarrillo) y desde luego, música. ¿Pero qué significa todo esto para los músicos, para la gente, la escena en su conjunto? Cuando hablamos de brutal metal, no solo estamos designando un grupo de géneros musicales del metal pesado, sino también el modo de existencia juvenil que se organiza en torno a estos.
“Nosotros intentamos mostrar un sonido muy oscuro, fuerte y potente, que te estremezca”, José David Díaz, guitarrista de la agrupación Paisa Planta Cadáver, “nuestras letras contienen sentimientos de agresividad, odio, depresión, violencia, perversión, cosas que hacen parte de lo innato del ser humano, que no consideramos patologías; por el contrario: es la esencia de lo que es el hombre”.
“El sonido de nuestra banda es como si nos montáramos en una locomotora, sin frenos, demasiado rápido, al extremo, cargados de puro metal y con una energía muy fuerte, muy poderosa”, Alexander Montoya, vocalista de In Breeding Sick. Cartago Valle.
“Queremos reflejar mucha agresividad, que la gente se desahogue; hay también pedazos slam… mejor dicho, es pura fiesta. En cuanto a las letras tratamos de reflejar la realidad del país: pura sangre, violencia, enfermedad y a eso le cantamos. Estamos en Colombia ¿no?”, Emerson, necro butcher vocal de Sadistic Mutilation. Bogotá.
“Ante todo está la fuerza de esta música, su agresividad, esa energía que lo llena a uno como persona, lo divierte y de igual manera pasa con el público. Por otro lado está el tema de la autodestrucción del mundo en manos del mismo hombre”, Iván Vanegas y Camilo Rivera, guitarrista y vocalista de Sourpuz. Neiva.
“Es una música extrema y por ende tiene que cantarle a cosas extremas. No hay nada subliminal. Le canta abiertamente a la muerte” Emerson. Metalero. Miembro de la old school metal de Neiva.
Además de lo que se ha dicho en este texto, si ustedes, respetados lectores, saben ingles o se dan a la tarea de traducir los nombres de las bandas, tal vez piensen que se está hablando de música para dementes, enfermos mentales, futuros Garabitos, paraquitos o simplemente carniceros frustrados, sin embargo, no hay que olvidar la naturaleza de este tipo de propuestas: “lo que pasa es que nosotros, sin ser pretenciosos, intentamos hacer arte y en nuestra propuesta artística planteamos que el ser humano tiene sus rollos adentro: agresividad, violencia, depresión, tristeza, alegría, y como seres sociales, en su relación con el otro, estos rollos se reafirman y es bueno reconocerlos, más no ignorarlos y después escandalizarse como usualmente hace la sociedad”, afirma José David Díaz, sudando a chorros en el camerino improvisado del club del norte. Está agitado. Apenas puede respirar. Afuera, la gente está igual.
¿Cómo y en donde beber este cadáver exquisito? En el concierto. Es este el cóctel donde la gente va a beber de las aguas escarlatas del black metal, death, grind, donde se sudan ríos de color púrpura en el pogo y donde se comparte con los amigos como en familia. A eso han venido esta noche al Brutality Legión Fest ΙΙΙ, a pasarla bien, escuchar buena música y sublimar toda la agresividad que tienen dentro:
“¡Buenas noches Neiva, malditos enfermos, vamos a cabecear, vamos a matarnos esta noche… 1, 2, 3,4…!
“Entre el público y los que hacemos la música sabemos que no nos vamos a matar entre nosotros realmente. Lo que se dice es por hacer dar rabia, producir adrenalina, hacer sentir lo extremo de la música y hacer botar todo eso en el pogo. Ese es el soyis de nosotros los metaleros, es como un juego”, comenta Alexander Montoya. “Esa maldad se queda acá. La gente desfoga toda esa energía en el concierto y se va tranquila para la casa. En cuanto al pogo, nunca pasa nada. Es algo muy sano, así la gente de afuera no lo quiera ver así”, agrega Émerson, de Sadistic Mutilation.
El metalero es un volcán inactivo que hace erupción en el concierto. El pogo, es el acto ritual que posibilita esto. Es como el baile en el merengue, la salsa, el regueton… solo que aquí no hay normas. Tal vez la única condición sea la creatividad para hacer con su cuerpo lo que se le ocurra y, desde luego, sentir la música. De este baile no todos los metaleros participan, ya sea por pereza, miedo a golpearse o simplemente porque prefieren escuchar la música de manera más atenta. Lo bueno es que, a diferencia de las fiestas de quince y de discoteca, nadie se avergüenza por no salir a la pista; por otro lado, nadie lo va a sacar a bailar: “uno se mete cuando quiera, pero a veces la música es tan brutal, tan potente, que prácticamente lo llama a uno. Entonces no hay de otra: toca moverse”, “bien por ellos. La pasan rico, lo disfrutan, pero uno como nena…”; “Acá en Neiva piensan que poguear es darse en la geta”; “Es una música extrema, fuerte, es lógico que el pogo también lo sea”; “Es un baile de roce de cuerpos. No más. Yo personalmente no me meto; ya estoy en una edad en la que si me tocan, golpeo”.
A las once de la noche el cielo seguía confundido. La oscura mancha del metal seguía posada sobre las canchas de micro como un rey en su trono. De vez en cuando algunos rostros centelleaban como estrellas de un cielo invertido. Ya habían pasado por el escenario bandas como Solegnium, Mindly Rotten, Sourpuz y las gotas de petróleo que conformaban la mancha del metal, cada una a su manera, arañaban la cima. Sin embargo, hay que agregar que para ser parte de la mancha no es obligación vestir de oscuridad. El negro tiene sus variaciones, estados, formas que no siempre encajan en el estereotipo; lo importante aquí es gozar, sentir, vivir la música:
“Ser metalero no es solo ponerse una camiseta negra con la banda más brutal. Es más una forma de expresarme, sentir que estoy vivo y saber que estoy en una mierda que no es del montón”. Sergio, Metalero;
“La música es el 90% de nuestra vida. No por los parches ni la farra, sino porque llena muchísimo el espíritu de buena energía. Me siento plena, completa, desde los ocho años tengo audífonos. Es mucho tiempo dedicado a consentir a mi Yona”. Yona, rockera;
“Me aporta tener un punto de vista, refirmar mi teoría de que cada quien es su propio Dios”. Camilo, vocalista de Generation 666;
“Amo cierta música del metal. No soy metalera, pero pienso que ser metalero, además de llevar ese gusto y pasión en la sangre, es saber qué es lo que se hace, que se maneja en x género, estudiar, escuchar muchos grupos y tener esa convicción de saber qué te gusta y qué no” Paola Andrea, amante de cierto metal;
“Es gente organizada y que conoce su música; hay fraternidad entre ellos, organizan conciertos con frecuencia y esto ha hecho que la escena crezca”; Hernando Charry, punkero.
El concierto termina con Taste Of Gore. La mancha del metal comienza a fragmentarse por toda Neiva, por Colombia. Al finalizar el coctel, la gente sale ebria de metal, brutalidad, y se dispone a buscar la sobriedad de una cerveza. Tal vez en el camino algunos los miren por más de dos segundos y un niño se agarre de las faldas de su madre, señalando con el dedo índice. Pero ellos seguirán caminando; seguros, sonrientes. Son pocos y es fantástico. Nadie llega al brutal metal de la noche a la mañana. Cómo dijo alguien: hay que hacer todo el curso. Completo.